Sabido es que el chocolate, originado del cacao, fue traído a Europa desde América por los conquistadores españoles en el siglo XVI.
La primera referencia existente de un occidental hablando del chocolate pertenece al conquistador del Imperio Azteca, Hernán Cortés, en una carta fechada un 30 de octubre de 1520.
En ella habla así del cacao: “es una fruta como almendras, que ellos venden molida, y tienen en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas necesarias en los mercados y otras partes”.
Vemos pues que los aztecas usaban el cacao de dos formas; como moneda y también para fabricar chocolate, una bebida que era considerada como propia de los dioses.
Un monje de la orden del Císter, Fray Jerónimo Aguilar, que había acompañado a Hernán Cortés en su expedición a México, decidió mandar a su amigo, el abad del Monasterio de Piedra Antonio de Álvaro una carta con la receta y con una remesa de granos de cacao.
Los monjes del monasterio cocinaron esa receta, en la que por primera vez se le añadía al cacao, azúcar, canela y vainilla, para así endulzarlo y evitar el característico sabor amargo del chocolate puro.
Con el tiempo, el tazón de chocolate caliente adquirió la fama de bebida característica de los españoles, y por ende del mundo católico.
Así pues, si alguna vez visitáis el Monasterio de Piedra, no dudéis en dar un paseo por sus estancias, y recordad que en sus cocinas se hizo Historia.
Así pues, si alguna vez visitáis el Monasterio de Piedra, no dudéis en dar un paseo por sus estancias, y recordad que en sus cocinas se hizo Historia.
Gastronómica, sí, pero Historia al fin y al cabo.