La calçotada es una celebración gastronómica catalana que se lleva a cabo a finales del invierno, donde no pueden faltar brasas, tejas, periódicos, baberos y diversión.
Los calçots son una variedad autóctona de Lérida, una cebolla de cultivo tardío oriunda de Cataluña y protegida por su merecida denominación de origen propia.
Su cultivo es un esfuerzo de superación de la naturaleza, parte del semillero del cual se extrae cuando comienza a germinar, se planta en la tierra y cuando asoma como cualquier otra cebolla, se la vuelve a sacar.
Así hasta llegar a los 20- 25 cm de dulce y tierno sabor.
Este último paso del cultivo es el que da nombre a la planta pues se «calça la terra» sobre la planta, un año entero de agónica lucha continuada.
La elaboración de los calçots no es complicada, pues una vez las brasas están en su punto, la técnica es simple: fuego hasta abrasarlos, tanto que demos sentido al término carbonizar, se les da la vuelta y calcinar, quemar, incinerar,…
Se coge con la mano izquierda por la parte verde y con la mano libre se elimina la zona requemada, volviendo al uso de la siniestra se moja en la salsa y ¡Zas! para el buche, elevando por encima de la cabeza e intentando acertar en el gaznate.
Suelen acompañarse con la salsa romesco, si no la has probado, estás cometiendo un «GRASO y craso error», pues es un deleite para el gusto.
La salsa romesco se prepara escalibando el tomate y el ajo, triturando todos los ingredientes en la batidora hasta tener la salsa deseada.
La preparación de los calçots en casa y sin brasas se puede hacer precalentando el horno a máxima potencia y metiéndolos durante 15 minutos, luego se envuelven en periódico y se dejan reposar otros 15 minutos.