Una misma variedad, la famosa tempranillo, protagoniza las viticulturas de dos de las zonas más reconocidas de España, Rioja y Ribera del Duero.
Con todo, esta uva tinta expresa en cada territorio caracteres muy diferentes.
Las condiciones geoclimáticas son decisivas y, a su vez, determinan formas de trabajar las viñas que pueden diferir de un lugar a otro.
Mientras los vinos de la DOCa Rioja se producen en un área de clima moderado con fuerte influencia mediterránea, en la Ribera del Duero encontramos un clima continental semiárido.
Si en Rioja, en general, no se dan muchos saltos bruscos de temperatura, en estos altiplanos del interior de España ocurre lo contrario, con un comportamiento térmico que parece buscar los extremos, en dos sentidos: las diferencias estacionales son muy marcadas, con veranos muy cálidos e inviernos muy fríos.
En las viñas riojanas, las relativamente más suaves condiciones hacen que la vendimia sea antes y, sobre todo, permiten una periodo de cosecha más prolongada.
En la Ribera del Duero, la concentración de agua en las uvas es menor, mientras la cantidad de azúcares y otras sustancias resulta proporcionalmente mayor; por otro lado, la rápida maduración acorta la acidez y contribuye a subir el contenido de azúcar.
Los vinos son, así, de color más profundo y aroma más concentrado.
En boca son tánicos, con mucho cuerpo, de sabor potente y tonos aromáticos de fruta negra.
Los tempranillos riojanos presentan una paleta de matices muy marcada.
Son estructurados, por la propia fuerza de la variedad, pero no presentan un gran volumen ni una potencia de sabor.
Son redondos y finos y en su cata destaca la acidez equilibrada y los tonos de frutas rojas.