La leche de cabra puede considerarse un alimento natural funcional, cuyo consumo habitual debe potenciarse entre la población en general, sobre todo entre todas aquellas personas con alergia, intolerancia a la leche de vaca, problemas de mala absorción, colesterol elevado, anemia, osteoporosis o tratamientos prolongados con suplementos de hierro.
Las personas con anemia pueden beneficiarse del consumo habitual de este producto pues aporta una mayor disponibilidad de hierro, calcio, fósforo y magnesio, por lo que previene la anemia ferropénica, además de la desmineralización ósea.
Asimismo, su composición es similar a la de la leche materna y, claro está, tal circunstancia ocasiona que se emplee como base para la elaboración de leches maternizadas.
Este producto contiene menos caseína del tipo alfa 1, como sucede en la leche materna, que es la responsable de la mayoría de las alergias que se padecen a la leche de vaca.
Por lo tanto, es hipoalergénica e ideal para los bebés.
La leche de cabra tiene entre un 30% y un 40% menos colesterol que la leche de vaca.
A esto se suma su mayor concentración de omega-6.
En definitiva, la leche perfecta para protegernos del desarrollo de posibles afecciones cardiovasculares.
La leche de oveja es imbatible en un aspecto: el calcio.
Lo cierto es que en esta cuestión noquea a la leche de vaca y deja algo aturdida, pero todavía en pie, a la de cabra.
En concreto, en ella encontramos un 80% más de calcio que en la de vaca.
Dicho esto, parece que no tiene mucho sentido que nos decantemos por una leche de vaca enriquecida con este nutriente cuando tenemos a la leche de oveja rebosante de calcio y esperándonos pacientemente en el lineal del supermercado.
Además, un vaso de leche de oveja supone obsequiar a nuestra salud con sodio, magnesio, calcio, hierro, yodo y fósforo.
También este alimento es rico en vitaminas B9, B7, B3, A, C, D, E y K.