La calidad del vino la determina en gran medida la uva de la que proviene.
De hecho, esto no es de extrañar, ya que la materia prima del vino es la uva, por eso se cuida mucho la maduración de este fruto, así como las condiciones que pueden afectarlo como la temperatura, la edad de la vid, la humedad del suelo y si estas encajan con el tipo de uva que es.
Un buen vino debe tener el color que le corresponde, si no significa que hay problema.
Cabe destacar que el color variará en función de si la uva de la que procede tiene una piel más fina o más gruesa, del clima dónde se cultivó, la altitud, la exposición a los rayos ultravioleta.
Por ejemplo, un tempranillo tiene una tonalidad más violácea que un Cabernet.
En general el color también varía según su envejecimiento.
En este sentido, los vinos blancos jóvenes tienen un color más pálido o amarillo pajizo frente a los de reserva que tienen un color más dorado.
En el caso de los tintos, se vuelven más apagados y de color claro hasta la tonalidad caoba.
Un buen vino revela sus aromas primarios nada más servirse en la copa, los cuales provienen de la tierra donde se cultivó y la uva que fue su materia prima, y se revelan con matices frutales, florales, minerales o terrosos.
Un buen vino no huele a madera.
Así de simple.
El olor o a madera vieja significan que el vino ha madurado en barricas viejas que debieron ser remplazadas hace tiempo, o cuyos poros se obstruyeron por las partículas que están en el mosto antes de la filtración.
Tanto si el sabor o el olor es a madera vieja o nueva, no es una buena señal, ya que las barricas tienen que aportar matices al vino, no ocultarlos.
La calidad del vino se mide por su equilibrio.
Si todos sus elementos se sienten sin que ninguno predomine, vamos por buen camino.
Cuando hablamos de equilibrio nos referimos a la acidez, los matices y el alcohol.
Al igual que el punto anterior, ambos deben ser moderados para generar la sensación de placer.
En el caso de los taninos, tienen que secarnos la boca y con el alcohol debemos sentir una sensación parecida al picante, ya que afecta a los mismos nervios.
Si nos encontramos con esto, estamos ante un buen vino.
Un buen vino es el que tiene personalidad.
Cuando oímos esto nos podemos llegar a confundir, no obstante, es muy sencillo, un buen vino es aquel que tiene “capas”.
O lo que es lo mismo, el que conforme va entrando en boca revela nuevos matices y sabores.
El que con cada sorbo sorprende por su complejidad.
Ese es un buen vino.
Sabremos que estamos ante un buen vino si perdura en boca, y esto significa que sus sabores y matices se pueden sentir tiempo después de haber ingerido la última copa.
De hecho, es una relación directa: a mayor persistencia mayor calidad.
Si aguanta diez segundos en boca es un buen vino, si sube a más de veinte segundos es excelente.
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