Si eres propenso a sufrir episodios de ardor estomacal o reflujo, es posible que la cebolla no esté en tu lista de alimentos más propicios para ingerir. Las cebollas, al fin y al cabo, son bastante ácidas, lo que contribuye a relajar el esfínter esofágico inferior, el cual evita que los flujos gástricos no asciendan por las paredes del esófago. Por ello, si tienes frecuentes problemas asociados al ardor, lo mejor será que evites la cebolla o, al menos, no la consumas en grandes cantidades. Tendrás más gases. Las cebollas son ricas en fructosa, un tipo de glucosa que se encuentra de manera natural en muchas frutas y verduras. Cuando las bacterias intestinales descomponen esta sustancia, se producen gases, de ahí que sientas las ganas de expulsar flatulencias, tanto por arriba como por abajo. Lo mejor para evitar esto es no consumir alimentos ricos en fructosa por la noche, y sobre todo, no echar demasiada cebolla. Mejora la función intestinal. Las cebollas son muy ricas en prebióticos, un tipo de fibras que se encuentran sobre todo en las frutas, verduras y granos integrales, las cuales tu cuerpo no puede digerir. Por ello, se mueven por todo el tracto digestivo para servir de caldo de cultivo de la microbiota, alimentando a las bacterias intestinales. Un estudio demostró que los probióticos también mejoran la función del sistema inmune, por lo que comer cebolla te vendrá bien para mantenerte protegido de posibles infecciones, tan temidas en esta época. Y la salud cardíaca. Las cebollas son ricas en antioxidantes, pero en concreto son las de color rojo las que poseen antocianinas, una sustancia que reduce el riesgo de padecer una enfermedad cardíaca en el futuro. Así, en una investigación realizada en 2013, las mujeres que consumían una mayor cantidad de alimentos ricos en antocianinas tenían un 32% menos de posibilidades de sufrir un ataque cardíaco que aquellas que apenas comían este tipo de alimentos.