Elegir vino blanco en un restaurante puede convertirse en un momento de puro estrés social. Camarero con libreta en mano, sonrisa profesional, y la inevitable pregunta: ¿Albariño, Verdejo o Godello? Lo que debería ser un gesto placentero se convierte en una incómoda ruleta de sabores. Sin referencias claras, uno improvisa o tira de tópico. En lugar de memorizar notas florales, matices minerales o historias de bodegas, un nuevo truco ha empezado a circular: asociar cada vino blanco con una fruta concreta. Así, la experiencia se vuelve menos abstracta y más tangible. El Albariño, por ejemplo, se vincula con la manzana verde. El Verdejo, en cambio, se parece más a un melocotón aún sin madurar. Godello es la tercera opción de este trío blanco. Su asociación es la pera: suave, redondo, sin excesos ni extremos. Este recurso sensorial permite a muchos consumidores tomar decisiones informadas sin recurrir a tecnicismos. Lo importante es que funciona, y no requiere formación previa. Además, mejora la conversación en la mesa. La copa, al fin y al cabo, empieza mucho antes de llevarla a la boca.