El vino blanco espumoso es, sin lugar a dudas, el protagonista de los aperitivos y los entrantes, pero esto no significa que este vino no sea adecuado también para acompañar toda la comida.
Combina perfectamente con aperitivos como los canapés, los beignet salados, los volovanes, los patés y los cócteles de gambas, pero también con las ostras y las crudités.
En resumen, si bien es cierto que los vinos blancos espumosos combinan a la perfección con los canapés y los aperitivos de pescado, también maridan muy bien con quesos blandos y no curados o con embutidos de sabor suave, como la mortadela y el jamón cocido.
En cambio, no se recomienda servirlos con quesos azules, como el gorgonzola, o con embutidos de sabor intenso y picante como, por ejemplo, el speck.
Los vinos blancos espumosos también pueden ser el acompañamiento prefecto para un primer plato, especialmente en el caso de los risottos, los pasteles salados y las pastas a base de calabacín, calabaza, coliflor, espinacas, verduras con nervio y todos los vegetales con un regusto ligeramente amargo, como el radicchio y los espárragos.
Para el segundo plato, resultan ideales con carne de pollo y de pavo; sin embargo, sus cualidades combinan mejor con el pescado y el marisco, incluyendo los carpaccios.
El error que a menudo se comete con los vinos blancos, tanto secos como espumosos, es consumirlos junto con los postres, en cuyo caso son mucho más recomendables los vinos fortificados, el moscatel o los vinos tintos dulces.
El vino blanco espumoso debe servirse a una temperatura de entre 6 y 8 grados, y se recomienda degustar estos vinos de forma estrictamente «pura», es decir, sin agregarles zumos de fruta o siropes, para no alterar su sabor.
La copa ideal para servir vinos blancos espumosos es la clásica copa de flauta, ya que preserva mejor los aromas y las burbujas.