Intolerancia a la lactosa: algunas personas no producen suficiente lactasa, la enzima necesaria para digerir la lactosa, lo que puede causar molestias digestivas como hinchazón, diarrea y acidez gástrica.
Falta de fibra: aunque es un alimento muy completo, la leche carece de fibra y aporta bajas dosis de hierro y vitamina C, lo que puede ser una desventaja en una dieta desequilibrada.
Posibles efectos inflamatorios: en personas con enfermedades inflamatorias como la artritis, el consumo de leche podría ocasionar más inflamación, aunque los estudios al respecto son contradictorios.
Interferencia con la absorción de hierro: en personas con anemia ferropénica, la leche podría dificultar la absorción de hierro debido a su alto contenido de fósforo y calcio.
Grasas saturadas y colesterol: el contenido en grasas saturadas y caseína de la leche podría aumentar los niveles de colesterol en algunas personas, lo que puede ser un riesgo para la salud cardiovascular.
No se debe eliminar la leche de la dieta sin una indicación médica específica.
Sin embargo, hay situaciones en las que se recomienda evitar su consumo, como la intolerancia a la lactosa, diarreas habituales sin causa aparente y acidez gástrica.
En estos casos, es fundamental consultar a un profesional de la salud para recibir el asesoramiento adecuado.