El rosado hoy está en boca de todos y vive su momento de gloria en estas latitudes.
Un renacer primaveral, que está en consideración, incluso, de los vinófilos más exigentes.
Son súper versátiles a la hora de maridarlos con diferentes platos;
porque van bien solos, como aperitivo;
porque son un auténtico comodín enogastronómico;
porque su color tenue y delicado al Estilo Provence despierta una seducción única;
porque su acidez refrescante va en sintonía con sus sabores envolventes, expresivos.
La Moda Rosé no es solo una tendencia, sino que llegó para quedarse.
En términos generales, los vinos rosados son perfectos para ser bebidos cuando son jóvenes.
Es decir, que en la etiqueta esté impreso el año de cosecha vigente o inmediatamente anterior es un dato alentador.
Su potencial de guarda es relativamente corto y, por ello, nuestro consejo es degustarlos cuando entregan su infinita paleta aromática y vivacidad en boca.
Un rosé va bien en cualquier ocasión y circunstancia.
Es camaleónico.
Lo imaginamos en la previa de una comida entre amigos, en una cena formal o hasta al borde de la parrilla en el encuentro familiar de los domingos.
Una copa de rosado nos abre definitivamente el apetito y nos invita a vivenciar (con responsabilidad y moderación) los placeres sensoriales de la buena mesa.
En primavera, se bebe como aperitivo en una terraza al aire libre, un patio, un jardín o un picnic descontracturado cuando baja el sol.
Más allá de ser el “abrebocas” más atinado en todo encuentro social, va con picadas, carnes blancas, carnes rojas magras, pescados, mariscos, frutos de mar, pastas, risottos y -por qué no- postres a base de fruta.
Son definitivamente versátiles, pues se adaptan a un sinfín de armonizaciones.