Los calamares no se comportan igual que el resto de los pescados, sino que se parecen más a la carne.
Según explica Harold McGee en el libro La cocina y los alimentos, sus fibras musculares son hasta 10 veces más finas que las fibras típicas de pescado.
Estas finísimas fibras se disponen en capas formando un entramado reforzado por el colágeno del tejido conjuntivo.
Los calamares poseen de tres a cinco veces más colágeno que el pescado y, por la forma de entrelazarse con las fibras musculares, se comporta de una forma parecida al colágeno de la carne.
Cuando se cocinan rápidamente y la temperatura no excede de 55-57 ºC, el calamar queda jugoso y ligeramente crujiente.
Si se cocinan por más tiempo y la temperatura alcanza los 60 ºC, el calamar se curva y se encoge, porque el colágeno se contrae exprimiendo la humedad de las fibras musculares con las que está entrelazado.
Como consecuencia de esto, el calamar se endurece.
Si se cocinan a fuego suave durante una hora o más, alcanzamos el segundo punto de cocción.
De esta manera, el colágeno, que se ha endurecido al sobrepasar el primer punto de cocción, se disuelve y se convierte en gelatina dando lugar a una textura melosa, exactamente igual que sucedería con la carne.
Si nos quedamos en algún punto intermedio entre estos dos puntos de cocción, tendremos unos calamares correosos y mucho menos agradables de comer.