El puchero es uno de esos platos de cuchara que, al escuchar su nombre, lleva a pensar de forma automática en Andalucía, de donde es originario.
El puchero andaluz, aunque comparte el concepto de guiso con otras versiones internacionales, se distingue por características que lo hacen único dentro de la rica tradición culinaria mundial.
El término ‘puchero’ proviene del latín pultarĭus, que alude a la idea de “harina cocida en agua”.
El puchero tiene sus orígenes en Andalucía, donde surgió como una comida campesina destinada a aprovechar los restos de otros alimentos.
Algunos documentos históricos lo denominan ‘la sopa del Carnaval‘, con una posible procedencia en las provincias de Huelva y Sevilla, regiones que, además, eran conocidas por sus cultivos de garbanzo.
Tradicionalmente, el caldo del puchero se servía en un vaso con unas hojas de hierbabuena, a modo de consomé.
Durante los siglos XVII y XIX, el puchero adquirió un carácter exclusivo en las mesas de la nobleza, y en el siglo XX se consolidó como uno de los pilares de la cocina española.
Hoy en día, la preparación del puchero andaluz varía según la región.
En algunas zonas, como Andalucía Oriental, no es común añadirle una rama de hierbabuena, ni cocer arroz en la sopa, que en muchos lugares se sirve solo con fideos.
El arroz, por su parte, es característico de las áreas de Sevilla, Huelva y Cádiz.
Aunque la tradición de servir el puchero en dos tiempos—primero la sopa y luego la pringá—se mantiene, hay quienes prefieren mezclar todo en un solo plato, convirtiéndolo en un único guiso.