Fue en ese momento, con la aparición de las primeras evidencias de la lumbre, cuando los primero homínidos cazadores y sus comunidades prepararon los primeros asados de la historia de la humanidad sin otro pretérito que lanzar una carne a las brasas y ver qué ocurría. El asado como tal, como plato o elaboración, apareció en 1890 en el recetario de cocina popular Cocina Ecléctica firmado por la salteña Juana Manuela Gorriti, de ahí que se atribuyera su origen como receta de cabecera en América Latina a los gauchos. Es ahí, en sus líneas, donde por primera vez se describe minuciosa y detalladamente la forma de trocear, condimentar y preparar el asado argentino. Más tarde, con la expansión de las parrillas a lo largo del siglo XX, se difundió la cultura del asado desde el campo hasta la ciudad. La ceremonia comienza temprano, con una picada de quesos, embutidos, empanadas y choripanes; un picoteo o vermut que sirve de entretiempo acompañado con algo de beber mientras se prepara la carne. Lo que esta claro es que la carne para preparar el mejor asado argentino debe ser de la mejor calidad, esa es una de sus claves y el motivo de que la carne argentina sea considerada de las más valoradas gracias a su crianza en campo abierto. La parrilla, que habitualmente carece de tapa, se enciende con leña para que su aroma llegue a impregnarse en cada una de las piezas. En el centro, se colocan los cortes más gruesos, mientras que los finos se ubican en los laterales para evitar que se quemen. Ahora de servir, la forma más tradicional es hacerlo sobre una bandeja o una pequeña parrilla que mantenga caliente la carne y la guarnición caliente.