Los callos son uno de los platos principales de la gastronomía madrileña, y sin duda uno de los preferidos por sus habitantes, es difícil encontrar establecimiento alguno en Madrid que no los ofrezca, bien como ración, tapa o como parte de un menú. Los callos tienen una larga historia, no se conoce con seguridad su procedencia, pero hay quienes datan su origen en el siglo XV, en la obra «arte cisoria» de Enrique de Villena, donde ya se habla de esta especialidad, sobre sus ingredientes y formas de cocinarlos. Los callos se han movido entre la literatura, las guías gastronómicas, las cartas de restaurantes y, por supuesto, los recetarios de cocina. Las recetas de los callos a la madrileña están ahí, o sea, en los recetarios e internet. Juan San Pelayo, cronista de Madrid, aseguraba que los verdaderos callos a la madrileña venían a ser un juego de proporciones: “por cada dos kilos de callos el guiso debe tener uno de manos de ternera y medio de morro de vaca”. Carlos Pascual, en su “Guía gastronómica de España” explicaba que “los auténticos callos madrileños llevan solo eso, los callos, con el añadido de tomate, cebolla, laurel y tomillo. Es cierto que la tradición ha etiquetado a Isabel II como gran aficionada a comer callos y también el morro de sus amantes en los reservados de Lhardy, restaurante clásico de Madrid famoso, entre otras cosas, por sus callos y con alguna anécdota relacionada con éstos que recoge Ángel Muro, precisamente, cita que “Doña Isabel II era muy aficionada a este manjar, los callos”. Digamos que además de un guiso con su especiado le añade canela, piñones y avellanas.