El aceite de oliva adquiere importancia ya en la Antigua Grecia.
Tal dimensión adquirió el aceite de oliva que resultó ser un elemento imprescindible en los Juegos Olímpicos, tanto para los participantes como para los ganadores.
Los participantes utilizaban el aceite de oliva para untarlo en sus cuerpos y evitar quemaduras y caídas; los ganadores, en cambio, eran obsequiados con una rama de olivo y una corona del mismo árbol que los proclamaban vencedores.
Aunque el consumo del aceite de oliva dependía de la clase social, se había extendido su uso como combustible para iluminación, remedio medicinal o aceite corporal.
Es en el Imperio Romano donde se expande el cultivo del olivar y se mejoran y perfeccionan sus técnicas de elaboración.
El aceite de oliva alcanza aquí su mayor esplendor, especialmente, el aceite de oliva que se obtenía en Hispania, nombre que recibía entonces la actual España.
También se destaca el gran reconocimiento que obtuvo el aceite de oliva de Bética (Andalucía) y que, gracias a su posición estratégica en el mapa, pudo comercializarse hacia diferentes puntos del planeta.
El oro líquido (así lo apodó Homero en la Odisea) que se producía en Hispania era de muy alta calidad y se exportaba hacia la capital del Imperio, en Roma.
Se calcula que alrededor de 30 millones de vasijas de aceite de oliva fueron exportadas desde Hispania.
Se expande su uso culinario e incluso llega a incluirse en la manutención del Ejército del Imperio Romano.
Sigue utilizándose para iluminación, aceite corporal o remedio medicinal.