El proceso de elaboración vinícola consiste en una delicada ciencia que utiliza tanto levaduras naturales como artificiales para transformar parte de los azúcares del mosto en alcohol. En primer lugar, y tras tener las uvas y/o el mosto encubado, se produce una primera fermentación que es común a todos los caldos. Existe la posibilidad de una segunda fermentación que, al contrario de la primera, se acomete separando la materia sólida de la líquida. La fermentación alcohólica es el primer paso que transforma el mosto en vino. La fermentación maloláctica es la segunda fermentación y persigue la reducción de la acidez, transformando el ácido málico de la fruta en ácido láctico. La fermentación maloláctica es característica de los vinos tintos que, además de un proceso de elaboración más complejo, atesoran una mayor complejidad aromática, que se complementa con el roble de las barricas en los casos de vinos con crianza. Los distintos tipos de fermentación dependen de la clase de vino que se pretenda realizar. La fermentación alcohólica se puede materializar de dos maneras: aprovechando las levaduras y bacterias que tiene la fruta de manera natural o induciendo la fermentación de manera artificial, añadiendo los organismos vivos de manera intencionada. La fermentación maloláctica es recomendable para vinos que tienen mucho sabor per se, porque con un vino blanco, por ejemplo, daría lugar a un caldo sin sabor ni aroma. La historia de la fermentación del vino es un proceso casi tan antiguo como la historia de la humanidad. La fermentación en el vino es un proceso que fue investigado por Luis Pasteur a mediados del siglo XIX.