Un “vinazo” —o al menos, un buen vino— debe destacar en varios aspectos.
Se valora su presencia, aroma, sabor, complejidad y estructura, pero, sobre todo, que presente un buen equilibrio entre todos estos atributos.
Detallamos a continuación cuáles son estos indicadores:
LA APARIENCIA: Un vino con casta ha de mostrarse límpido, sin turbidez.
Los tonos sucios y opacos pueden ser consecuencia de alteraciones químicas o una fermentación defectuosa.
Entre las características de un buen vino tinto se valora un color profundo y brillante.
Por su parte, los blancos y rosados deben tener tonalidades claras y frescas.
Los aromas son el primer encuentro con la personalidad de un vino.
En un vino de categoría, bien elaborado, estos aromas suelen ser complejos y expresivos, con predominio de las notas primarias que proceden de la propia uva y que evocan frutas, flores y notas especiadas o minerales.
Un buen vino tendrá una combinación ponderada de fruta, acidez, amargor y cuerpo, que es esa sensación de volumen que percibimos en la boca.
Un vino de calidad será largo; es decir, tendrá un final persistente y agradable, con sabores que perduran en el paladar después de tragarlo.
La región vitivinícola y la reputación de la bodega pueden ser indicadores de calidad.
Si bien el origen del vino no es garante de su buena factura, algunas regiones tienen una larga tradición en la producción de vinos de raza, y ciertas bodegas son reconocidas por su excelencia enológica, ya que los buenos productores tienden a mantener la consistencia en la calidad de sus vinos a lo largo del tiempo.
Todas las cualidades reseñadas son propias de un buen vino.
Pero no olvidemos que lo esencial es dar con el que mejor se adapte a tus preferencias y convierta cada trago en una experiencia placentera.
Recuerda que cada sorbo revela una historia de la tierra, del clima, del esmero del viticultor y del arte del enólogo.