La importancia de servir el vino a una temperatura adecuada radica en que, de lo contrario, su sabor podría cambiar, acentuando la acidez y convirtiéndolo en una versión desmejorada de sí mismo.
Desde que las uvas llegan hasta la bodega, se obtiene el mosto y se acaba embotellando, y una vez ha llegado a tu mesa después de su envejecimiento.
Durante todo ese tiempo hasta que destapes la botella, el vino está evolucionando continuamente, por lo que es necesario conservarlo y consumirlo de acuerdo a sus necesidades para mantener su calidad de vino al máximo nivel.
Y eso implica que sea servido a la temperatura correcta para garantizar así que preserve sus cualidades organolépticas, es decir, sus sabores, aromas y matices originales.
Cada tipo cuenta con una serie de características particulares que hacen que varíe la temperatura del vino en la que ha de ser consumido.
Principalmente podemos diferenciar entre cuatro tipos: tinto, blanco, rosado y espumoso.
El vino tinto se consume a una temperatura mayor que el resto, concretamente, suele oscilar entre los 12 y los 18 grados dependiendo de su vejez.
La temperatura del vino blanco es otro cantar y siempre se debe servir más frío que un tinto, aunque le sucede algo similar.
La temperatura del vino blanco es otro cantar y siempre se debe servir más frío que un tinto, aunque le sucede algo similar.
La recomendación para consumir un vino rosado es que este se sitúe aproximadamente en unos 10 grados de temperatura.
En países del norte y centro de Europa, como Alemania o en otros de la zona nórdica (por ejemplo, Noruega, Dinamarca, Finlandia), es muy común el vino caliente.
Se trata de una bebida que parte como base del vino especiado, al que se le añade azúcar, mondas de cítricos y licor.
Su función no es otra más que calentar el cuerpo en la temporada más fría del año, aunque se convirtió en una costumbre que ha permanecido en nuestros días.
La razón es que los cambios de temperatura tan bruscos estropearán el caldo.
Lo mismo sucedería si se te ocurriese atemperar el vino sobre un radiador o algo por el estilo.
Para enfriarlo correctamente, en su lugar tienes dos opciones perfectas: tu nevera de confianza o una cubitera con hielo, agua y sal.
Solo necesitarás preparar el vino con un poco de tiempo.
En el caso de los blancos y rosados, con un par de horas en el frigorífico será suficiente; tres para los espumosos.
En cambio, la cubitera es mucho más recomendable.
En primer lugar, porque en unos 10 o 15 minutos el vino estará listo para su consumo.
Y además, su ventaja es que la cubitera permanecerá en la mesa y, cada vez que se sirva en una copa, el vino volverá a ella.
Así se mantendrá en óptimas condiciones todo el tiempo.