Mejor calidad y sabor: al comprar directamente al productor, nos aseguramos de que los alimentos están recién cosechados y no han pasado por cámaras frigoríficas ni procesos de conservación que alteran sus propiedades organolépticas.
Además, al estar en su punto óptimo de maduración, tienen más sabor y más nutrientes que los alimentos que viajan largas distancias.
Más saludables: al consumir productos ecológicos y de proximidad, evitamos ingerir residuos de pesticidas, hormonas, antibióticos u otros aditivos químicos que pueden ser perjudiciales para nuestra salud.
Estos productos son especialmente recomendables para niños, embarazadas, personas mayores o con alergias o intolerancias alimentarias.
Menos contaminación: al reducir el transporte y el embalaje de los alimentos, contribuimos a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero como el CO2, responsables del cambio climático y sus consecuencias negativas para el planeta.
Además, al apoyar la agricultura ecológica, favorecemos la preservación de la biodiversidad, el suelo, el agua y los ecosistemas.
Apoyo a la economía local: al comprar directamente al productor, fomentamos el desarrollo sostenible y la creación de empleo en el entorno rural.
Así evitamos el abandono de los pueblos y las costumbres locales.
También pagamos un precio más justo por los alimentos, sin intermediarios ni costes añadidos innecesarios.
Y al mismo tiempo, ayudamos a los agricultores a invertir en investigación e innovación para mejorar sus cultivos y ofrecer un mejor servicio al cliente.
Más confianza: al conocer el origen y la forma de producción de los alimentos que consumimos, podemos tener más confianza en su calidad y seguridad.
Podemos ver con nuestros propios ojos cómo se cultivan las hortalizas y las frutas que compramos, o incluso participar en su recolección.
También podemos establecer una relación más cercana y directa con los productores, lo que nos permite resolver dudas, hacer sugerencias o expresar nuestra satisfacción.