Originarios de Mesopotamia, según la Biblia y las tradiciones hebraicas, los antiguos judíos eran nómadas que desde los tiempos de Abraham se asentaron en Canaán, donde se convirtieron en agricultores y, entre otros cultivos, cultivaron la vid.
E l propio Moisés quedó subyugado por Canaán, la tierra que daba leche, miel y racimos de uva tan grandes que eran necesarias dos personas para transportarlos.
Y es que son ya más de 4.000 años lo que dura la relación del pueblo judío con el vino.
De hecho, en la Biblia se habla de la vid como árbol de la vida y para el pueblo hebreo siempre fue símbolo de sabiduría y prosperidad.
Fruto de la vid, el vino es protagonista en numerosos pasajes de la Biblia hebraica, el Tanaj de los judíos y el Antiguo Testamento de los cristianos.
El propio Talmud reconoce que “no hay alegría sin vino”.
“De la sangre de la uva bebiste vino”, se lee en Deuteronomio 32:14.
También aparece en el Cantar de los Cantares, en pasajes referentes a Acab, Nabot y, por supuesto, a Noé, de quien se explica en el Génesis 9:21 cómo al salir del Arca "plantó una viña.
Un día, bebió vino y se embriagó, quedándose desnudo dentro de su carpa".
Pero el pueblo judío no puede beber cualquier vino, debe consumir únicamente vino kosher según las leyes del Kashrut recogidas en la Torá y que ordenan la dieta judía.
Para ello, su elaboración debe estar controlada desde la vid hasta su embotellado por un rabino que supervisará también la limpieza de todos los materiales utilizados a lo largo de todo el proceso de elaboración.
Además, las cepas utilizadas para el vino kosher deberán llevar plantadas más de cuatro años, sus racimos nunca podrán tocar la tierra, no habrá ningún otro cultivo cerca del viñedo, que además será orgánicamente abonado justo dos meses antes de vendimiar y deberá descansar cada siete años.