Los taninos se encuentran en la corteza de árboles como el roble, especias como la canela, plantas como el ruibarbo o el té, y en la piel de frutos como los arándanos, la granada, el acai, el cacao, el café, la nuez y, por cierto, las uvas.
Su razón de existir no es más que proteger a estas frutas y plantas de agentes externos para que puedan desarrollarse, madurar y cumplir con su ciclo natural.
En el caso específico del vino, los taninos provienen de los tallos de la vid, la piel y las pepas de las uvas, que se liberan al entrar en contacto con el jugo cuando los granos son prensados.
Dependiendo del tiempo de maceración de las pieles con el jugo, un vino tendrá una mayor o menor carga de taninos.
Si este tiempo es prolongado, el vino tendrá más taninos, y por lo tanto se dirá que se trata de un vino tánico.
Los vinos de mayor carga tánica son los tintos, sobre todo ciertas variedades como el Tannat, Cabernet Sauvignon, Malbec, Nebbiolo, Syrah, Merlot, Tempranillo y Mouvèdre.