El consumo excesivo de mercurio en el pescado puede dañar los riñones, los pulmones y los sistemas cardiovascular y nervioso. Hay que prestar especial atención a las mujeres embarazadas y a los niños porque son los grupos de población en los que más daño puede hacer el mercurio en el pescado. El mercurio se puede encontrar en el medio ambiente en tres formas: metálico o elemental, inorgánico y orgánico. La metilación del mercurio da lugar a moléculas como el metilmercurio y el dimetilmercurio, siendo el metilmercurio el componente orgánico de mercurio más común que se halla en la cadena alimentaria. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria indica que se puede consumir a la semana una cantidad de metilmercurio de 1,3 microgramos/kilogramo de peso corporal, y de mercurio inorgánico de 4 microgramos/kilogramo de peso corporal. Los pescados que contienen una mayor cantidad de mercurio son el rape, el pez lobo, el bonito, la anguila, el reloj, el cabezudo, el fletán, la rosada del Cabo, el marlín, el gallo, el salmonete, la rosada chilena, el lucio, el tasarte, el capellán, la pailona, la raya, la gallineta nórdica, el pez vela, el pez cinto, el aligote, el tiburón, el escolar, el esturión, el pez espada y el atún. Los que tienen una menor cantidad de mercurio o están casi libres de mercurio son la anchoa o boquerón, la carpa, el abadejo de Alaska, el bacalao del Atlántico, la platija europea, el arenque del Atlántico, la limanda, la caballa, la sola europea, el abadejo, el carbonero, el salmón y trucha, la sardina/perca, el lenguado, el espadín europeo, el merlán, el pangasius o basa, el bagre gigante del Mekong y bagre rayado. El resto de peces comestibles contienen una cantidad media de mercurio de 0,50 miligramos/kilogramo.