Es verdad que son cómodas porque es un preparado listo para consumir, que ahorra todo el tiempo de elaboración del relleno, de la masa y el cocinado, pero las empanadas de supermercado presentan dos problemas que las impide ser saludables, las harinas refinadas y el método de preparación. Harinas como la de trigo, son sometidas a un proceso industrial en el que se eliminan elementos beneficiosos que tiene la harina de grano entero o integral, formada por el endospermo, similar al almidón que además contiene proteína; el germen, que es la parte más pequeña y contiene ácidos grasos esenciales, vitaminas del tipo B, vitamina E, potasio, magnesio, zinc y manganeso; y el salvado, es decir, la cáscara, que contiene fibra, hierro y más vitaminas B. Suele dejarse sólo el primero, obteniendo así un ingrediente más digerible pero menos nutritivo. La harina resultante tiene mucha menos fibra, vitaminas como las del grupo B, minerales y proteínas. El problema de perder fibra, en concreto, es que se convierte en un alimento con un alto índice glucémico, es decir, que provoca un incremento de los niveles de glucosa en sangre y, posteriormente, de insulina en sangre, aumentando el riesgo de sufrir diabetes, accidentes cardiovasculares y aumento de peso. Además, este ingrediente aumenta la densidad calórica del preparado completo, es decir, que aumenta la cantidad de comida que se ingiere respecto a las calorías que aporta. Para obtener ese aspecto dorado y crujiente, normalmente se fríen en aceite a muy altas temperaturas, lo que las hace más calóricas y menos saludables. La recomendación para aprender a identificar el tipo de harina con el que está elaborada la empanada en el supermercado es fijarse siempre en las etiquetas. Un análisis, difundido a través del 'British Medical Journal' y llevado a cabo en 21 países desde 2009, ha revelado que comer cereales refinados a diario aumenta la mortalidad. En concreto, comer más de siete porciones de granos refinados por día se asoció con un 27% más de riesgo de muerte prematura, un 33% más de enfermedad cardiaca y un 47% más de accidente cerebrovascular.