El huevo, que hoy celebra su Día Mundial, es uno de los alimentos más excepcionales del mundo. 
Es versátil, delicioso, contiene todos los aminoácidos esenciales, minerales, vitaminas… y una profunda vinculación con el vino que se remonta varios siglos atrás. 
Muchos habréis leído aquello de “vino apto para veganos” y habréis pensado: “¿qué tendrá que ver un producto nacido del fruto de la tierra con los animales?”. 
Pues la respuesta está en el proceso de clarificación del vino. 
Esta práctica ancestral tiene como objetivo que el vino quede brillante y limpio, acelerando la eliminación de materias que lo enturbian tras la fermentación: levaduras, bacterias, restos vegetales… 
Para conseguirlo, se pueden utilizar sustancias de origen animal, marino, mineral o químico. 
Lo más habitual es emplear las de origen orgánico, como las que se encuentran en la caseína de la leche, en las albúminas de las claras de huevo, las gelatinas o las colas de pescado. 
Hoy en día cada vez se utiliza menos la clara de huevo como clarificante, entre otros motivos porque había que sacrificar miles de huevos por la causa.