La morcilla, tentación española que hace sus mejores galas como aperitivo o tapa.
Un clásico que asumimos en la cocina española, cuyo origen se lo debemos a los griegos.
De hecho, la primera mención la encontramos en la Odisea de Homero.
Platón, el famoso filósofo griego, atribuyó la invención de este producto a Apoctonitas, uno de los siete legendarios cocineros que sentaron las bases de la cocina tradicional.
La morcilla burgalesa, según su composición actual, es mucho más joven, ‘sólo’ tiene trescientos años.
Y es que este es uno de los ingredientes fundamentales de un producto en cuya elaboración se utilizan además cebolla horcal, manteca o sebo, sangre, especias y sal.
El sabor distintivo de la morcilla de Burgos es verdaderamente único y difícil de equiparar con cualquier otro alimento, incluso con otras variedades de este alimento.
Esto se debe a la meticulosa selección de ingredientes que conforman su receta tradicional y al minucioso proceso de elaboración que se lleva a cabo con esmero y atención al detalle.
Se combinan en proporciones precisas para lograr un equilibrio perfecto de sabores y texturas.
Este cuidadoso método de producción, arraigado en la tradición burgalesa, otorga a la morcilla de Burgos un sabor incomparable que deleita los paladares más exigentes y la distingue como un verdadero manjar gastronómico.