El queso y el vino son dos productos que se complementan a la perfección, ya que ambos tienen una gran variedad de aromas, sabores y texturas que pueden crear armonías o contrastes interesantes.
Además, el vino tiene la capacidad de potenciar el sabor del queso y limpiar el paladar de la grasa que deja este alimento.
Los vinos con aguja y los vinos espumosos son ideales para este tipo de quesos, ya que el carbónico o las burbujas potencian las buenas sensaciones en boca y ayudan a limpiar el exceso de grasa de estos quesos con la acidez de estos vinos.
También se pueden elegir vinos blancos secos y ligeros, como un albariño o un verdejo, que aporten frescura y frutalidad.
Los quesos tiernos y suaves, como el queso de tetilla, el camembert o el gouda, suelen maridar bien con vinos blancos jóvenes y afrutados, como un chardonnay o un sauvignon blanc, o con rosados ligeros y aromáticos, como un garnacha o un pinot noir.
Los quesos semicurados y semiduros, como nuestros queso semicurado Dehesa Real, el idiazábal o el emmental, pueden acompañarse de vinos blancos secos con crianza en madera, como un viura o un chenin blanc, o de vinos tintos jóvenes y suaves, como un tempranillo o un merlot.
Los quesos curados y duros, como nuestro queso curado Dehesa Real, el parmesano, el gruyère o el pecorino, requieren vinos con más cuerpo y estructura, como un tinto crianza o reserva, un blanco fermentado en barrica o un espumoso complejo y elegante.
Los quesos azules y picantes, como el roquefort, el cabrales o el gorgonzola, son los más difíciles de maridar, ya que tienen un sabor muy intenso y salado que puede dominar al vino.
Una buena opción es buscar contrastes con vinos dulces y generosos, como un oporto, un moscatel o un pedro ximénez.