El hombre mira hacia el Puerto y hacia Las Palmas y mira un reloj gordo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas.
Pero Robaina es un carácter.
Trabajará por su cuenta.
Y ha escrito a Nueva York y de Nueva York le han enviado un paquete postal con baratijas, collares y un reloj, uno de esos relojes que en la isla llaman cebollas.
Gran fiesta la del Cristo de Farray.
A todo lo largo de ella encuentra, el que se dé su vuelta, tenderetes sacaperras de todos los gustos, desde el que tiene sólo caramelos de miel de caña sabiendo a alquitrán, hasta el que cuelga relojes tipo cebolla.
Pepe había tiempo que había empeñado el suyo, una cebolla de «Cuervo Hnos.
La Habana.
Cuba», y venía necesitado de él.
La abultada cebolla ─siempre se revelaba como un flemón en el chaleco─ la mandó desde La Habana, como presente, un tío de su padre, al que allá le florecieron hasta las piedras.
También en Puerto Rico se dice cebolla del reloj de bolsillo, si bien con tendencia ya decadente impulsada por el desuso en que va cayendo desde hace tiempo dicha clase de reloj.
En este último país, si bien, como pasa en Canarias, esta palabra ha caído en desuso para nombrar el reloj de bolsillo, no ocurre lo mismo cuando se emplea para designar un «Reloj pulsera que tiene la esfera grande».
Una cebolla es en estas latitudes, un imbécil, un bobo de solemnidad.
Es más bobo que una cebolla, esto es, se cae de puro tonto, es el rey de los mentecatos.
Al que aquí se moteja de tal llamamos en mi país, melón o calabaza.
Según Guerra Navarro se emplea «con sentido semejante al "cebolludo" castellano, se aplica a la persona torpe, de lerdas manos y lerdo entendimiento».