En México, pedir un “jitomate” en el mercado no es lo mismo que pedir un “tomate”, aunque ambos términos provienen de la misma raíz indígena.
La confusión se remonta a la época prehispánica.
En náhuatl, la lengua de los mexicas, tomatl era un término genérico para designar distintas variedades de frutos “hinchados con agua”.
De ahí surgieron palabras compuestas: xīctomatl, el fruto rojo con “ombligo” en la base, lo que hoy llamamos jitomate.
El término tomatl fue adoptado por los españoles y, tras la Conquista, llevado a Europa, donde se quedó para designar al fruto rojo, mientras que en México la lengua popular conservó la distinción entre jitomate y tomate.
Originario de Mesoamérica, el jitomate fue domesticado en México y cultivado en la región andina, y tras la Conquista, se convirtió en una base de la dieta global, desde la pizza en Italia hasta el ketchup en Estados Unidos.
Aunque la palabra “jitomate” está reconocida en el español mexicano, su empleo varía según la región, y se conserva con más fuerza la distinción entre jitomate y tomate en el centro y sur de México.
Llamarlo “jitomate” es reconocer su origen mesoamericano y la herencia de las lenguas nativas que aún perviven en el español cotidiano.
El jitomate es base de la dieta global y México sigue siendo uno de los principales productores mundiales, y el nombre “jitomate” sobrevive como un rasgo cultural y lingüístico que nos conecta con nuestras raíces prehispánicas.
La distinción entre tomate y jitomate refleja la riqueza cultural de México, donde la lengua indígena se fusionó con el español y dio lugar a términos únicos.