El vino es considerado como fuente de energía fácil de asimilar, que contiene pequeñas cantidades de hierro, y sales minerales como el calcio, potasio, magnesio, silicio y zinc.
Por ello, es recomendado para casos de anemia o como recuperación después de realizar ejercicio físico.
Está asociado con la longevidad, pues contiene vitaminas como la A, C y varias del complejo B como: biotina, colina, incositol, ciancobalamina, ácido fólico, ácido nicotínico, pridoxina y tiamina entre otros.
También, es un remedio terapéutico para la ansiedad y la tensión emocional, por lo que algunos expresan que el vino mantiene en un justo equilibrio la mente y los sentimientos.
Además, desarrolla propiedades euforizantes que disminuyen la depresión.
El vino blanco particularmente tiene funciones diuréticas.
Sobre todo, los vinos blancos ácidos que son ricos en tartratos y en sulfatos de potasio que actúan sobre los riñones, asegurando así una mejor eliminación de toxinas.
La ingesta de vino reduce la periodontitis, una enfermedad infecciosa progresiva que afecta a las encías.
A menudo provoca que estas se muevan e incluso que se caigan.
El vino es antialérgico.
Se opone a todo exceso de formación de histaminas, que es el elemento responsable de los fenómenos alérgicos.
Reduce el riesgo de contraer cáncer, pues contiene sustancias que activan la respiración celular.
El consumo moderado protege contra los efectos patológicos de los radicales libres que provocan varios tipos de cáncer.
Como ya te hemos mencionado es rico en vitamina B2, la cual es la encargada de eliminar toxinas y la regeneración del hígado por lo que es considerado como un alimento digestivo.
El consumo de vino tinto acelera la depuración del colesterol debido a su contenido en vitamina C.
Y, por último, es el aliado perfecto del sistema cardiovascular.
Diversos estudios realizados por la OMS indican que el consumo moderado y habitual de vino estimula los índices de la enzima Ald.