Son frutas y verduras tan cotidianas que a menudo no llegamos ni a preguntarnos qué sol las calentó o qué lenguas hablaban los hombres y las mujeres que las cultivaron.
Si tuviéramos unos minutos para hacer una compra más consciente, veríamos que muy frecuentemente los ajos vienen de China.
Las patatas, las naranjas y las judías, de Marruecos.
Y los espárragos, de Perú.
Son frutas y verduras que recorren miles y miles de kilómetros en camiones, barcos, trenes y aviones, y que, cuando acaban en nuestra mesa, pueden tener buen sabor y, quizás, la misma calidad que los alimentos locales.
Puede que incluso esas frutas sean más baratas.
A mayor trayecto recorrido, más cantidad de CO2 se emite a la atmósfera.
El desplazamiento de grandes distancias necesita más embalaje y, como no puede ser de otro modo, genera más residuos.
En los contenedores agrícolas importados de otros países y continentes pueden viajar especies invasoras dañinas para los ecosistemas locales.