El origen de la uva se sitúa en zonas de monte del Cáucaso y Asia occidental, pudo ser un alimento clave en el surgimiento de la agricultura y el paso del Paleolítico al Neolítico.
Un fruto como este, que se presentaba en forma de fruto silvestre, pudo ser una especie que formó parte de la alimentación de nuestros antepasados durante milenios, y una de las primeras especies de frutales en domesticarse.
Tenemos constancia de su importancia para muchas sociedades de la Antigüedad, como sumerios, acadios, egipcios, griegos o romanos.
Durante este periodo el cultivo de la uva se extendió por todo el Mediterráneo, incluida la Península Ibérica, junto con el trigo y el olivo, la uva se convirtió en una gran fuente de nutrientes y el fruto del que se obtenía otro producto de vital importancia: el vino.
La uva se convirtió en un símbolo de divinidad, abundancia y fiesta durante este periodo, tal y como podemos ver en divinidades como Baco, dios del vino romano; Dionisio, su homólogo griego; o Gestín, la “madre cepa” del vino para los sumerios.