Dice la escritora británica Carolyn Steel, que “al igual que las personas, las ciudades son lo que comen”.
Toluca –capital del estado de México-, ganó un importante prestigio con la elaboración de un embutido, que, durante muchos años, sostuvo el edificio económico de esta ciudad y que originó a la par, un amplio catálogo de refranes, apodos y anécdotas; nos estamos refiriendo al chorizo.
El prestigio del chorizo toluqueño –como lo señaló el periodista Alfonso Sánchez García– no sólo ha rebasado las fronteras geográficas, sino que su origen se remonta a los primeros lustros de la Colonia.
Es muy probable que haya otros platillos de la cocina nacional más antiguos que éste, pero lo que es cierto, es que este embutido ya tenía fama casi universal a principios del siglo XVIII.
En primer lugar, señala el sabor de maíz dulce que produce el Valle de Toluca y que se transmitió a la carne de los queridísimos marranitos, al ser la base de su alimentación.
En segundo lugar, el sabor excitante, dulzarrón, agrio y picoso que le otorga el chile seco y colorado.
Y por último, a la presencia de los sabores y aromas de las yerbas de olor, seleccionadas y reunidas a la manera mexicana.
A la fecha, pueden encontrarse chorizos verdes, con almendras, de pepita de calabaza, dulces y ahumados, entre una amplia diversidad que no es posible detallar.
No hay duda de que la comida ha dado forma a nuestros cuerpos, vidas, cultura y a los espacios urbanos.
El ejemplo de Toluca y el chorizo, es una huella que nos permite reconstruir cómo funcionaban los sistemas que alimentaban a nuestras ciudades en el pasado y las culturas alimentarias sobre las que se sostenían.
Ejemplos como éste, podemos encontrar muchos en nuestro país.