El calcio de la leche es de difícil absorción, y únicamente se absorbe una pequeña parte. La leche presenta un mal equilibrio mineral, especialmente entre los minerales fósforo, calcio y magnesio. La leche y los lácteos son alimentos acidificantes, que desequilibran nuestro equilibrio interno de pH y favorecen los procesos de desmineralización ósea como mecanismo de tampón de la acidez corporal. El azúcar de la leche, la lactosa, precisa de una sustancia que nuestro cuerpo está preparado para dejar de producir alcanzados los 4 años de edad. Un gran porcentaje de la población de nuestro país sufre intolerancia a la lactosa, es decir, no produce de forma natural suficiente lactasa para la correcta degradación de este azúcar y sufre sus consecuencias. La proteína principal que contiene la leche, la caseína, es de difícil degradación ya que precisa de un sistema digestivo en óptimas condiciones. La grasa que contiene la leche es mayoritariamente de tipo saturado, este tipo de grasas, asociadas al riesgo de problemas cardio-vasculares y a otros derivados del colesterol y de la obesidad, deberían ser utilizadas principalmente por nuestro organismo como fuente de combustible. La leche de vaca dispone de bajas cantidades de vitamina E para la cantidad de grasa que contiene. La leche, por muchos de los factores que hemos comentado hasta el momento, ocupa una de los puestos más altos en el ranking de sustancias alergénicas, provocando a gran número de personas problemas de sensibilidad y alergia. Existen estudios científicos que asocian el consumo de leche a multitud de problemas de salud que disponen de una tendencia clara al aumento de casos en nuestra sociedad.