La primavera en todo su esplendor y con todos sus altibajos es, para el bodeguero, tiempo en que repartir sus días equitativamente -o según marque el cielo- entre el campo y la bodega. De puertas afuera hay que cuidar la viña, preservarla de las plagas que puede proliferar en esta temporada de explosión vital de la naturaleza. Dentro, en la sala de barricas, el vino nuevo se va acomodando al proceso de crianza y requiere ya la primera limpieza. Los viticultores utilizan la regla de 20-20-20 para estar preparados contra ciertos ataques. Es mejor poner remedio preventivo, bien por métodos biológicos o, por ejemplo, aplicando productos adecuados contra los hongos, sobre todo el mildiu, y azufre contra los ácaros. Donde no hagan falta tratamientos, donde todo vaya bien, por estas fechas bastará con dejar hacer a la naturaleza y ocuparse del interior, de trasegar periódicamente los vinos de guarda, limpiar las barricas y mantener la crianza pulcra, controlada, analizada y en orden. Los trasiegos, o trasiegas, que en este pais vitivinícola cada región le aplica distinto género, consisten en mudar de cuna el vino con el fin de limpiar a fondo los toneles, retirar los posos sólidos que se han acumulado en el fondo y a la vez airear, oxigenar el vino, eso sí, con cuidado y mesura, bien sea con potentes trenes de lavado o con la paciencia artesanal de controlar el chorro y los posos a la luz de una vela. Esta primera trasiega es fundamental, ya que en el vino nuevo permanecen aún levaduras y muchos sólidos en suspensión. De ahora en adelante, el proceso se repetirá con la periodicidad que marque la filosofía y los medios de cada bodega. Y cada vez con la emoción de seguir paso a paso el proceso de educación del vino. De adivinar su futuro.