La harina que compramos viene de molinos industriales con cilindros de acero, salvo un puñado de productores que han rehabilitado molinos antiguos y siguen moliendo a piedra.
La industrialización de nuestra comida es una de las principales causas, además de la falta de ejercicio, de las enfermedades crónicas, que nos hacen enfermar y morir.
Las enfermedades crónicas, entre las que se encuentran las enfermedades cardíacas, los infartos, el cáncer, las enfermedades respiratorias y la diabetes, son las principales causas de mortalidad en el mundo, siendo responsables del 63% de las muertes.
En 2008, 36 millones de personas murieron de una enfermedad crónica, de las cuales el 29% tenían menos de 60 años.
La industrialización de nuestra comida también se traduce en alimentos altamente procesados y cereales refinados, entre los que podemos incluir la harina refinada.
La harina molida a piedra tiene un ligero color amarillento debido al aceite del germen del grano, que contiene carotenos.
Este aceite repleto de micronutrientes acorta la vida útil de la harina, ya que en contacto con el aire se enrancia.
Con la Revolución Industrial, se comenzó a utilizar el molino de rodillos de acero, que permitía una producción de harina mucho más fina y eliminar el germen, evitando que se enranciara.
La harina refinada era más fácil de digerir debido a su finura, pero también produce mayores picos de glucosa, favoreciendo las enfermedades crónicas.
Eliminando el germen se eliminan los nutrientes más valiosos del trigo, como gran parte de su proteína, ácido fólico y otras vitaminas del grupo B.